Walkover

 





No son los álamos curvados por el viento. No son las sombras duras y cenitales del sol del mediodía. No son los hombres de chaqueta y sus sombreros. No es la estampa con su color local pasivo.

Son los calcetines blancos de las madrinas de la izquierda; las mismas que eclipsan la cabeza de un infante cubierta por una capucha; de esa criatura que se asienta en la cintura de su madre, ella que lo rodea con sus brazos, apartándolo levemente y que mira atenta lo que parece ser una medalla o lo que de medalla puede tener un reloj de bolsillo en las manos de un hombre, que, sin duda es el padre del niño que, como dije antes, es solo un gorrito.

Es el erial, el ripio y ese otro hombre de la derecha, allá a lo lejos, que señala algo fuera del encuadre; eso, que vuelve a llamar la atención de una de las madrinas, eso que ha trazado una gran trayectoria y que sus ojos parecen localizar en la parte inferior izquierda de la escena.

Es un bastidor de madera y una lona pintada con ojetillos metálicos enlazados por una soga que tensa el telón de fondo donde un San Sebastián recibe, con cara de circunstancia y mirando a los cielos, tres flechas desproporcionadas como lanzas. Es la cara del ángel que recursa la del retratado que mira un pajarito inexistente, oral y retórico. Pero sobre todo es un trípode de madera, una caja con manga, un sobrero, una nuca; una cotona blanca que compite con los calcetines de las madrinas y un pañal.

La espalda del fotógrafo se habilita solo por la nuestra, también recursiva.

Un pie de foto es el otro nombre del pajarito:

“Fotografo itinerante” / Yumbel / 1950, de Antonio Quintana.

 

Para el proyecto de arte en confinamiento: Usted está aquí, en el contexto de la cuarentena por la pandemia de COVID 19 y a partir de mi video “El cazador de guanacos” realizado en los meses que siguieron al “Estallido Social”, convoqué a mis amigos a realizar una re interpretación del material audiovisual creado con Inteligencia Artificial y una matriz GAN.

 

Estas obras me apañan con sus re lecturas y comentarios:

La voz de Rodrigo, el escritor, mece las imágenes como álamos.

La de Claudio, no el dios del Yo, sino el de Corcione, se aplica en el requerimiento y retruca un reloj de bolsillo.

La de Patricio “descalzo en Castro”, compone un retrato doble y especular.

La de Edgar (no Allan, ni Poe) Del Canto interrumpe con una nieve de estática y su graznido de cuervo.

Y la tonada trasnochada de Antonio, “el Moreno que queda”, nos sumerge en el éter elástico y sin peso, vehículo de toda energía y transferencia.

Pero no están todos los Antonios, me faltaron el padre del “Moreno que queda” y el otro, ese que vive en el Chile profundo, en la misma calle de tierra sin salida donde ladra ese perro grande y negro que todos temen, y, que por tradición folclórica se llama Diablo.


Hugo Robles Lama







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