La escalera

Con una tristeza fatigada y entrenada en sortear obstáculos, con los aperos de guerra de un caballo, no de Napoleón ni necesariamente blanco, me entrego al circuito de la recapitulación. Hoy con herrumbre re acondicionada me dejo guiar por Qwerty, por su fusta atenta y monocroma, con la difícil labor de escribir estas palabras, exponiéndolas al ritmo vertiginoso de la primera línea, esa con la que enfrento los hechos en fuga, los mismos que me llevaron a conocer a dos artistas de la Quinta Región.
Cumplía la comisión de registrar en video un almuerzo para el que habíamos comprado dos perniles, vino tinto y baguetes en el paseo Pirámide en Valparaíso, tras los hechos consignados en una serie de videos, que incluyeron una visita a la peluquería. Mi guía y actor principal era J.P.M, cuyos singulares dones intelectuales y un sarcasmo intrínseco, generan sin variación una simpatía - antipatía de péndulo y filo perpetuos.

Tras un par de “tiradas de oreja” vía celular por la puntualidad, mientras revisabamos el arsenal de productos naturales de un yerbatero, aparece Antonio Guzmán excusándose: “ Me demoré porque estaba ayudando a un caballero de edad que se había caido...tenía un tajo largo y profundo en la frente...”sangraba profusamente” (lo dijo cambiando su voz a la de un lector de noticias).
Minutos después, nuestro taxi trepa por el Cerro Alegre, hasta la casa taller de Edgar, no Alan ni Poe, no el cuervo negro famoso, no un ave de presa, otra distinta y blanca: Edgar del Canto, el pintor.
Tuve la impresión de que nuestro anfitrión esperaba solo a J.P.M. No obstante fui recibido con gran hospitalidad. Todo fue muy cordial y cercano.
Con los años y el afianzamiento de nuestra amistad, me enteré de que los convidados de piedra fueron otros que no son parte sustantiva de este viaje y cuyos nombres omitiré, no como las primeras líneas del Quijote; nuestra mancha es provincia de otro continente, donde escasean los molinos y abundan las veletas.
Durante el almuerzo los comensales degustaban con gula y sin pausa.
El actor principal recitaba sus líneas con la boca semi llena. Todos brindaban y cuchareaban el pebre y las ensaladas. Con la alarma del que llegó primero y se va a quedar “debajo de la mesa” paso a llevar mi copa de vino. El tsunami de tinto cayó sobre el mantel y su archipiélago de platos y fuentes. Fuí presa de una andanada de bromas e improperios suaves entre los que deslizó adjetivos calificativos sobre el pulso y la pericia de los santiaguinos.
Aproveché la pausa para apagar la cámara y asegurar mi guarnición.
Ante cualquier versión de los hechos y de su veracidad, con el fin de exponerlos tal y como ocurrieron ese verano de 2018 es que busco, dos años después, una imagen que pueda ilustrarlos.
El dibujo genuino de Sidney Paget para ilustrar “El problema Final” donde Sherlock Holmes y su archi enemigo Moriarty se trenzan en un abrazo mortal al caer de las cataratas Reichembach, fue subastado y vendido en Sotheby’s de Nueva York por cerca de un cuarto de millón de dólares.
La copa de vino, que aún no puedo reponer, fue el signo evidente de una forma de bautismo. Como en la reproducción de la ilustración de Paget que se compone de dos paneles, esa copa rota de vino derramado se rompe en dos tiempos distintos, en ese verano de 2018 y hoy, en mi memoria, en mi estudio de Santiago, durante una de las cuarentenas preventivas que tratan de frenar y aplanar la curva de contagio de la pandemia global de coronavirus este domingo 18 de Mayo de 2020.
Pero como esto es solo uno de los puntos de vista del campo de relato, que a manera de prefacio, da inicio a la bitácora de este viaje en plena incertidumbre apocalíptica, debo citar la segunda fuente ilustrativa derivada de la anterior: Derrida queries de man”(“Derrida consulta al hombre”), de Mark Tansey, su pintura de 1990. Una imagen monocroma, basada en el modelo de Sidney Paget. El canon visual para “El problema final” ilustra la caída, el abrazo de fuerzas antagónicas en una locación natural. En el remake de Tansey las formaciones rocosas son palabras; el abrazo: una pareja hombres enlazados, bailando.



Antes del estallido social teníamos pensado junto a Edgar y Antonio un viaje que llevaría nuestra muestra itinerante a varios países. El clima social y la reclusión por la emergencia sanitaria, re enmarcan nuestra situación y nuestro deseo; nos dejan entre el abrazo mortal de la caída de Holmes y Moriarty y la danza de esa misteriosa pareja del cuadro de Tansey en las montañas del lenguaje.

El aire está lleno de música, que comience el baile.

Hugo Robles.

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